El amor comienza y termina en El

  • CRISTO REDENTOR

APUESTA POR JESUS, EL APOSTO POR TI

Posted by marissa vasquez On 21:50 0 comentarios

Apostar a Jesús
Muchos de los discípulos que lo oyeron dijeron:
- ‘¡Es duro este lenguaje! ¿Quién es capaz de escucharlo?’
Sabiendo Jesús que murmuraban acerca de esto les dijo:
- ‘¿Esto los escandaliza?
¿Y si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba primero?
El Espíritu es el que vivifica, la carne de nada aprovecha.
Las palabras que Yo les he hablado son Espíritu y son Vida.
Pero hay algunos de entre ustedes que no creen.
Porque Jesús sabía desde un principio quiénes eran los que no creían
y quién era el que le había de entregar.
Y decía:
- ‘Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí a no ser que le sea concedido por mi Padre.
Desde ese momento muchos de sus discípulos se volvieron atrás
y no andaban ya en su compañía.
Dijo pues Jesús a los Doce:
- ‘¿Acaso también ustedes quieren marcharse?’
Le respondió Simón Pedro:
- ‘Señor ¿a quién iremos?
Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios’.
Jesús les respondió: ‘¿No los he elegido yo a ustedes, los Doce? Y uno de ustedes es un diablo.’ Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste le iba a entregar, uno de los Doce (Jn 6, 60-69).

Contemplación
Pedro y Jesús se entienden bien: se trata de “andar en compañía”, de ser amigos fieles, de adhesión de corazón a las personas.
Jesús eligió a Pedro y a los discípulos como personas, no por sus cualidades para un trabajo. Después comenzó la tarea de formarlos bien, tarea que nunca acaba: el discípulo no es más que su Maestro.
Y Pedro le responde al Señor eligiéndolo también como Persona: no quiere “ir a otro”.
Y eso supone que le acepta lo más valioso de una persona, que son las palabras que salen de su corazón. Después vendrá el trabajo de interpretación y de llevarlas a la práctica… Pero Pedro salva entera la proposición de Jesús, su Prójimo.

En cambio los discípulos que se alejan de la Persona de Jesús y dejan de andar en su compañía, se justifican con la excusa de que el lenguaje es duro. Entienden “comer su carne” de manera literal. Martini califica estos “malentendidos” como “interpretaciones materialistas de las palabras de Jesús; interpretaciones literales, fundamentalistas”.
También hoy se da esta tentación cuando uno, en la vida espiritual, pasa a un nivel de compromiso más hondo y se toma más en serio la religión. Por ahí se exagera la letra. Ahora bien, si la vida espiritual es un camino en el que vamos “de bien en mejor subiendo”, como dice San Ignacio, esta adhesión a la materialidad de las enseñanzas de Jesús es algo bueno si uno mira lo que dejó atrás (uno que no se interesaba por tratar de cumplir nada, ahora cumple y exagera un poco); y si miramos para adelante o para arriba, es necesario dar un paso más: pasar al espíritu de esa ley. Quedarse en la letra terminará haciendo que uno se aleje de Jesús, como les sucedió a muchos de sus discípulos. Es que la ley, si no se vive su espíritu, tiende a la burocracia y a la dureza, y al final uno se cansa: cuando queremos cumplir todo terminamos no cumpliendo nada.

Por eso, escuchemos bien lo que dice el Señor. Jesús habla de cosas concretas: nos invita a comulgar con Él, nos asegura que su Carne es verdadera comida. Pero, agrega, “estas palabras que les digo son Espíritu y vida”. “La carne sola no aprovecha para nada”. Fijémonos en la libertad con que el Señor usa el lenguaje: dice que “el que no come su Carne no tiene Vida” y dice también que “la carne no aprovecha para nada”.
Es que al hablar, la primera “adecuación” es entre corazones, entre personas espirituales que quieren ponerse de acuerdo. Luego viene la adecuación a las cosas y a las palabras.
La Carne que Jesús nos da es Él mismo, toda su Vida. Comulgar con Él es adherirnos a Él de corazón, mediante la fe. Comer es algo más que saborear un instante la sagrada Eucaristía. Comer la Carne de Jesús es recibirlo con toda la fe y con todo el amor del corazón en el sacramento, aceptando el don de su muerte y resurrección que recibimos eclesialmente, junto con todos nuestros hermanos, con las consecuencias prácticas que esto conlleva, de comulgar luego con toda la realidad, creando vínculos de comunión justa y misericordiosa con todos.

Pedro mira a los ojos a Jesús y entiende que está diciendo algo de Corazón, que está tratando de buscar su adhesión de fe (uno se da cuenta cuando un amigo está buscando que nos juguemos por él). Por eso Pedro no dice: “nosotros vamos comer tu carne ahora mismo y acá comenzamos a anotar a los que no vienen a Misa y sepan que están en pecado mortal”. Pedro dice: aunque no entienda bien cómo se concreta lo que estás diciendo (aún no había instituido el Señor la Eucaristía) sólo Vos tenés palabras de vida eterna. Nosotros nos adherimos a Vos, a tu Persona. Nos quedamos con Vos. No vamos a ir tras ningún otro. Y como nos adherimos a Vos, nos adherimos a lo que decís. Después te pedimos explicación –como María, cuando dice “cómo será posible esto”, como tantas veces los discípulos: “Señor, entonces quién podrá salvarse, si no se puede ser rico, si no hay que divorciarse, si…-. Nos tendrás que explicar cómo es eso de “comer tu carne”. Pero tus Palabras son pan, no son duras.

Me conmueve esa frase de Jesús (ese ruego):
─ ¿Acaso también ustedes quieren marcharse?
Pedro saltó espontáneamente y –como en esos casos en que su amor hablaba primero que su mente- el Padre le inspiró esas benditas palabras: “Señor, a quién iremos”. Bendito Simón Pedro, amigo de Jesús, porque no dijiste “a dónde” sino “a quién”.
Algunos se pierden a Jesús por cuestiones de palabras.
Algunos se pierden a Jesús por que no les gustó algo de la Iglesia.
Algunos se pierden a Jesús, la amistad con Jesús, la maravilla de poder profundizar en las riquezas de las Palabras de Jesús, por motivos intrascendentes.
Feliz de vos, Simón, por haber creído.
En ese instante te podrías haber ido (o dejado que Jesús siguiera su camino).
Podrías haber regresado a casa, a “tus cosas”: a la dureza conocida de las redes y de las noches en el lago, al calor de tu hogar… Pero te quedaste con Jesús. Gracias porque no solo te quedaste sino que te jugaste entero por tu Maestro. Allí perdiste, seguramente, algunos compañeros. Y se te juntaron otros que tal vez no eran los que más congeniaban con tus ideas…

La frase de Jesús aludiendo a que también se quedó Judas siendo un demonio endureció más todavía el discurso. No fue que se fueron los malos y el grupo se purificó y quedaron menos pero más contentos y todo resultó más fácil. Los demonios también se juegan y apuestan fuerte.
El Señor lo advierte precisamente en este momento de lealtad para que los suyos no se engañen. Están los que se alejan… Pero cerca de Jesús quedan los que se van volviendo buenos como el Pan ─ aquellos cuyo corazón se va volviendo líquido, como decía el Cura de Ars ─, y los que se van volviendo duros como la piedra ─ aquellos cuyo corazón se va esclerotizando ─. Entre los que perseveran cercanos, la proporción es de once a uno. Pero ese uno, Judas, hace mal.
Jesús no se asusta ni hace aspavientos.
Pero lo saca a la luz con toda claridad:
─ “Yo mismo los he elegido y uno es un demonio”.

¿Por qué es así? No sabría decirlo. Pero lo que Jesús deja claro ante la opción que Pedro y los discípulos hacen generosamente por Él es que el drama de la salvación sigue abierto. Cada opción por Jesús llevará a otras, más comprometidas y exigentes.
Eso sí, Él también se dará más enteramente:
nos defenderá,
nos perdonará,
nos cuidará,
nos dará su Espíritu,
nos preparará una morada,
nos hará fecundos,
nos colmará de una alegría que nadie nos podrá quitar,
estará con nosotros todos los días,
su Padre nos amará y nos concederá todo lo que le pidamos en su Nombre…

Algunos se alejaron…
Y el Señor me hace elegir una vez más:
─ ¿Quizás también vos te querés ir?
─ “Señor, a quién iré. Vos tenés palabras de Vida eterna”.
Son apuestas. Y valen la pena.

Diego Fares sj

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