La fe no es una cosa obligada. El mismo Jesucristo nunca obligó a nadie. El dio testimonio de la Verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza (cf. CIC #160). Ahora bien, la fe es una necesidad, pues Dios puso en el ser humano el anhelo por la verdad. Y Dios es la Verdad misma.
Y ¿para qué es la Fe? Veamos ... Dios se da a conocer a los seres humanos, nosotros sus criaturas, y nos invita a una comunicación con El. La respuesta adecuada a esa invitación de amistad, de amor, es la Fe. Es así como, por medio de la Fe nosotros reconocemos a Dios que se nos ha revelado. (cf. CIC #142 y #143)
¿Que algunas verdades de nuestra Fe no son comprobables? En realidad creemos, no porque todo lo podamos comprender con nuestra “limitadísima” capacidad de razonamiento o lo podamos comprobar con nuestros “limitadísimos” recursos, sino que creemos porque quien nos revela la Verdad es Dios y su autoridad es tal que no puede engañarse ni engañarnos.
Sin embargo, para que sepamos que nuestra fe no es contraria a la razón, Dios ha querido darnos algunas pruebas exteriores de lo que nos ha revelado. Tal es el caso de los milagros de Cristo y de los que ha hecho a través de los Santos. Esas y muchas otras pruebas demuestran que nuestra fe no es irracional. Nuestra fe -es cierto- pueda que esté por encima de la razón, pero nunca es contraria a la razón. Nuestra Fe nunca será irracional. (cf. CIC #156)
Nunca, en efecto, podrá haber desacuerdo entre la Fe y la razón. Lo verdadero nunca podrá contradecir lo que también es verdadero. De allí que la investigación en cualquier disciplina, si se hace en honestidad, científicamente, nunca podrá estar en contradicción con la Fe, porque las realidades materiales y las de la Fe tienen el mismo origen: Dios. (cf. CIC #159)
¿Cómo funciona la Fe? La Fe es un regalo de Dios y es también un acto humano. Sólo es posible creer por la gracia divina, que se manifiesta sobre todo en las inspiraciones que nos vienen de Dios mismo, del Espíritu Santo. Pero esas inspiraciones tienen que ser secundadas por un acto de cada persona, por medio del cual esa persona decide creer. Es así como, en libertad, el ser humano pone su confianza en Dios y “cree” en las verdades que El nos ha revelado.
El acto de Fe podría desglosarse en cuatro movimientos: 1) La gracia divina inspira nuestro entendimiento. 2) Nuestro entendimiento reconoce y se adhiere a la Verdad. 3) La gracia divina ilumina nuestra voluntad. 4) Nuestra voluntad decide creer. Este proceso lo resume magistralmente ese gran sabio de la Iglesia Católica, Santo Tomás de Aquino, diciéndonos que creer es un acto del entendimiento, el cual se adhiere a la verdad divina por medio de una decisión de la voluntad, movida por la gracia de Dios. (cf. CIC #155)
La Fe también requiere humildad, la humildad del ciego que le pidió a Jesús: “Que yo vea, Señor” (Mc. 10, 51). La Fe que requiere comprobaciones es como la de ese otro Tomás, Santo Tomás Apóstol, quien para creer dijo que necesitaría ver y meter sus dedos en las marcas que los clavos habían dejado en las manos de Jesús resucitado y también tocar la herida de su costado, a lo que el Señor respondió mostrándole y dejándole tocar lo requerido, pero con un fuerte reclamo: “No seas incrédulo, sino hombre de fe ... Tú crees porque has visto. Felices los que creen sin haber visto” (Jn. 20, 25-29).
Sin embargo, muchas verdades de Fe sí son comprobables. Otras, como los misterios, realmente no lo son, porque están muy por encima de nuestra capacidad de razonamiento, pero nunca son contrarias a la razón. Como hemos dicho, son verdades supra-racionales, mas no irracionales.
Hurgar en las verdades de la Fe para oponerse a ellas no es bueno, ni conveniente. Es preferible creer sin demasiado razonar, aunque no se nos prohibe ese ejercicio de nuestro entendimiento. Sin embargo para ese ejercicio intelectual es bueno tener en cuenta un adagio de San Agustín que nos trae el Catecismo (#158): “creo para comprender y comprendo para creer mejor”.
Sin embargo, viéndolo bien, ¿no creemos nosotros muchas cosas por fe meramente humana y sin necesidad de comprobaciones ni de mucho razonamiento? ¿Qué diríamos de una persona que se negara a creer que tuvo un abuelo o un bisabuelo porque no lo conoció? Si creemos en nuestros antepasados y en muchas otras cosas más que nos son comunicadas por seres humanos que pueden errar, ¿cómo no vamos a creer en las cosas que Dios, que no puede equivocarse, nos ha comunicado a través de su Palabra contenida en la Biblia y a través de su Iglesia, a la cual -por cierto-, para comunicar a la humanidad las verdades de Fe, le dio también el poder de no equivocarse? (cf. CIC #888 a #892)
Hay verdades que son evidentes, hay otras a las que llegamos por razonamientos, hay otras que conocemos por nuestros sentidos, hay otras que nos son comunicadas por seres humanos. Y hay otras, en fin, que nos son comunicadas por Dios y/o por su Iglesia. Estas verdades divinas no son todas tan evidentes y requieren un acto de nuestra voluntad. Es decir que, para creer hay que querer creer. ¿Creemos?
Y no podemos olvidar, para concluir, que la Fe es necesaria, es necesaria para nuestra salvación. Jesús mismo lo afirma: “El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea se condenará” (Mc. 16, 16). (cf. CIC #183).
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